Por: Oswaldo Morales, vicerrector de Investigación de la Universidad ESAN

En el 2023 es imprescindible que las empresas estén preparadas para adaptarse a nuevas reglas de juego a nivel global y local. La pandemia del Covid-19 (que cambió radicalmente nuestras vidas), la guerra entre Rusia y Ucrania (que pronto cumplirá un año) y los recientes sucesos en nuestro país a nivel político dejan claro que plantearse escenarios inmodificables para el desarrollo de nuestros emprendimientos es utópico. Hoy es vital saber gestionar y hacer frente a los cambios constantes que se producen en el mercado, tanto a escala micro como escala macro. En otras palabras, es crucial ser una organización ágil.

La forma como las organizaciones gestionan los cambios de tal manera que les permita adaptarse de manera rápida define a las organizaciones ágiles. En palabras de expertos de la consultora internacional McKinsey, idealmente, una organización ágil puede combinar velocidad y adaptabilidad con estabilidad y eficiencia. Esta transformación no es fácil por la resistencia natural de las personas que conforman una organización a rehusar el cambio y abandonar su statu quo. Por tanto, es necesario una intervención a nivel de la cultura de las organizaciones que sea impulsado desde los líderes para asegurar que el cambio pueda consolidarse.

Transformarse en una organización ágil implica pasar de un esquema tradicional de toma de decisiones y gestión centralizado y jerarquizado hacia un esquema donde se promueve la creación de equipos autónomos y empoderados que permitan tomar decisiones de forma rápida en una dinámica de autoaprendizaje. La analogía que se usa para estos equipos es la de las células humanas. Por sí mismas, las células tienen vida y un nivel de autonomía que, al unirse con otras células, dan sentido a los órganos y otras partes del cuerpo humano. Del mismo modo, los equipos en las organizaciones deben ser capaces de reaccionar de manera independiente y dar un servicio rápido y eficiente al cliente.

Toda transformación de una organización para convertirla en ágil implica un proceso que compromete todos los recursos de la organización: las personas, los procesos, la estrategia y la estructura.

Dotar a la organización de agilidad implica necesariamente rediseñar la cultura organizacional. En palabras simples, cambiar el chip de las personas para que puedan incorporar estos elementos descritos y los usen. ¿De qué sirve dotar de autonomía y empoderar a un grupo de empleados si no están preparados para tomar decisiones de forma independiente; o si no existen los incentivos para sean capaces de asumir los riesgos en este nuevo sistema que se desea crear? La tarea no es sencilla pero la decisión de las organizaciones de volverse ágiles es impostergable si deseamos seguir siendo viables a futuro.

El uso de la tecnología como un pilar fundamental que impulsa el cambio es también una característica de las organizaciones ágiles. Gran parte de las organizaciones han pasado por un proceso de transformación digital que les ha permitido reconfigurar sus actividades y adaptarse de alguna forma a las nuevas condiciones de mercado. Sin embargo, los cambios que fueron impulsados por una necesidad inmediata de sobrevivencia a raíz de la pandemia del Covid-19, por sí solos no nos garantizan la viabilidad a largo plazo.

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