Algunos podrían decir que la afirmación que sirve de título a esta columna es aplicable a todas las empresas peruanas. Eso es cierto, pero también lo es que una startup enfrenta esta complejidad con una estructura financiera y operativa en formación; es decir, aún no se ha consolidado; y, de hecho, está muy lejos de hacerlo. Como las startups son organizaciones que buscan acelerar su crecimiento, el impacto de eventos externos (crisis o shocks de confianza, por ejemplo) también se acelera en toda su estructura, afectando rápidamente la confianza que se ha puesto sobre ellas. El mercado perdona un mal año para una empresa consolidada, por ejemplo, Google o Apple; pero no para una startup en fase de aceleración.
Las startups peruanas con soluciones dirigidas a personas naturales enfrentan un consumo privado en desaceleración; un alto nivel de deuda de consumo con los bancos (MEF, diciembre 2022); unos ahorros en reducción por la euforia del consumo post cuarentena; una pérdida del poder adquisitivo por la inflación que llegó a 8.5% en el 2022; y el agotamiento de la liberación de los fondos de AFP y CTS para los que lo tenían. A ello se suma que el gasto público en obras se ha paralizado por corrupción y ruido político, con lo que hemos perdido como país un gran multiplicador de la actividad económica.
Por su parte, aquellas startups enfocadas en soluciones a empresas (b2b) enfrentan un deterioro de la confianza que ha llevado a un crecimiento nulo de la inversión privada; además de mayores costos financieros por la subida mundial de las tasas de interés. El adelanto de elecciones retrasa proyectos generadores de empleo rápido como los inmobiliarios, lo cual exacerba aún más las cosas. Como bien indica David Reyes, director de Diario Gestión, en su columna de opinión del lunes 2 de enero, “hemos probado con creces que la economía la política no van por cuerdas separadas”.
La mayor complejidad no solo es real por factores económicos y políticos, sino también financieros. A lo anterior se suma un elemento fundamental para las startups: el levantamiento de fondos. El panorama mundial adverso y el ruido político local han puesto muy inquietos a los fondos de venture capital, haciéndolos buscar en algunos casos solvencia y rentabilidad en empresas que recién la están construyendo.
Un reciente artículo de Bloomberg da cuenta también de la reducción de los montos de inversión en startups latinas (luego de su pico en el 2021 de US$15,700 millones), pues los supuestos económicos han cambiado. Esto conlleva que la forma de valorización de estas empresas también sea modificada, otra vez apuntando a la palabra mágica que se está poniendo de moda: sostenibilidad.
Lo que viene entonces para este 2023 será un ejercicio de buena gestión de los fundadores y gerentes para lograr que sus startups salgan adelante con sequía de poder adquisitivo y de fondos. ¿Imposible? Para nada. Estas organizaciones saben enfrentar panoramas adversos mejor que ninguna, toman decisiones rápidas y tienen una estructura ligera para recomponerse. Además, el corporate venture capital tiene espacio para acercarse más a startups con tracción, como analizó recientemente Apoyo Consultoría.
Finalmente, lo más lógico es que aquellas que estén en buenas condiciones para despegar y con soluciones contracíclicas lo hagan a lo grande.