Por: Silvana de los Heros, gerente de Comunicaciones e Imagen Institucional de Zegel IPAE e IDAT
¿Recuerdan cuando éramos chicos y al inicio de un día cualquiera en la etapa escolar nos avisaban que “iban a anunciar cambios”? Se corrían rumores y se generaba un teléfono malogrado entre la imaginación y nuestra tendencia a esperar lo peor para crear historias que enganchen en el recreo. Sin embargo, tras la ansiedad generada, el resultado era muy distinto al que la incertidumbre nos llevó a divagar.
Algo similar sucede con los cambios cuando somos adultos y nos tocan el sueldo o nuestras actividades diarias laborales. Porque dependemos, especialmente en países latinoamericanos, de estas para solventar absolutamente todas nuestras necesidades (salud, vivienda, alimentación, educación, y un largo etc.). Nos alarmamos, vamos sacando el rosario, para dejar finalmente a nuestro empleador o al regulador surfear la ola del cambio.
El factor de la inteligencia artificial
¿Y si la ola viene cargada de inteligencia artificial? La incertidumbre es aún mayor, y aquí con toda razón. Hay verdaderas oportunidades con respecto a su uso en la mejora de la productividad, la optimización de procesos, la creación de tareas de valor agregado, la eliminación de tareas repetitivas, entre otros. Así como buenas nuevas sobre la creación de puestos de trabajo que nos llevan a soñar en naves espaciales o en plantaciones en la luna. Pero también traen preocupaciones serias.
Desde una mirada pesimista, diversos especialistas señalan que la inteligencia artificial es una amenaza para las actividades laborales y que su uso ocasionaría una intensificación del trabajo, deshumanización, fragmentación laboral o excesivo control de las personas a través de algoritmos. Estos son solo algunos posibles riesgos que nos llevan al lado distópico de la ola, pero que ciertamente son posibles.
¿Cómo surfear la ola?
Entonces, si no hay consenso entre los observadores, ¿cómo surfear la ola? Pese a que no hay la data necesaria para conocer con certeza lo que ocurrirá en el corto o mediano plazo, sí necesitamos la mirada orientadora y promotora de gobiernos, instituciones y empresas, para generar tendencias de uso de la inteligencia artificial en el mundo laboral. Sin embargo, solo a través de una actitud positiva al cambio podremos terminar de encausar el futuro de nuestras sociedades hacia el bienestar colectivo.
Creo que la IA “no se sufre, sino que se elige”, como bien lo mencionan en el estudio La transformación del trabajo y el empleo en la era de la IA, elaborado por la CEPAL. Aquí se refuerza esta falta de consenso entre resultados, en buena parte reduccionistas (desde sus posiciones muy optimistas o muy pesimistas). Los efectos de estas olas, como mencionan en el estudio, dependerá siempre de las elecciones humanas basadas en la intención y en la decisión, enmarcadas en modalidades de ejecución; es decir, sí dependen también de regulación, institucionalidad y organización. La pregunta del millón no es, finalmente, ¿nos reemplazarán los robots de Isaac Asimov? Sino, más bien, ¿qué sociedad queremos? Esta interrogante profundiza en lo humano y no en lo tecnológico.
Aporte de la academia
Por ende, desde la educación tendremos que reforzar habilidades que fortalezcan el marco moral y ético, más allá del que se intenta abordar desde el desarrollo de competencias específicas que llegan con imprecisión.
Otras habilidades que no se toman en cuenta son la capacidad creativa y de asumir riesgos, ya que la inteligencia artificial nos trae una mirada más conservadora desde la estadística que nos puede sesgar a posibilidades que salgan de los datos obtenidos. Hay que aprender a aprender todo el tiempo, sin perder el sentido de responsabilidad sobre nuestras acciones y el aspecto ético en nuestras decisiones.
Finalmente, no olvidemos la necesidad de generar espacios de diálogo desde la fase inicial de la educación, que integren aspectos como la colaboración, asignación de tareas en equipos, el desarrollo de juicio crítico, entre otros. Esto nos permitirá delimitar los campos de la aplicación de la inteligencia artificial en el marco del progreso humano; y que las ganancias económicas y sociales vinculadas a la inteligencia artificial beneficien al mayor número de personas posible y no se enfoquen en grupos privilegiados.